¡Feliz San Valentín o… Felix Lupercalia?
Ah, San Valentín—el día del amor, las flores y los chocolates a precios desorbitados. El día en que el mundo se viste de rosa y rojo, las parejas compiten por ver quién es más cursi y los solteros oscilan entre celebrar su libertad y ahogar sus penas en vino y Netflix. Pero, ¿y si te dijera que esta fiesta tan edulcorada tiene su origen en uno de los festivales más desenfrenados y salvajes de la Antigua Roma?
Viajemos en el tiempo hasta las Lupercales, una celebración que tenía poco de romántico en el sentido moderno. Era más bien una mezcla de rito de fertilidad, purificación y auténtico desenfreno, donde hombres semidesnudos corrían por la ciudad azotando a las mujeres con tiras de piel de cabra recién sacrificada.
Sí, has leído bien.
De los lobos a las historias de amor
Las Lupercales se celebraban cada 15 de febrero en honor a Lupercus, un dios asociado con la fertilidad, la naturaleza salvaje y (probablemente) la protección contra los lobos. También estaba vinculada a la legendaria loba que, según el mito, amamantó a Rómulo y Remo, los fundadores de Roma. Era un festival que combinaba fervor religioso arcaico con la típica alegría desinhibida de los romanos.
Así transcurría la celebración: la ceremonia comenzaba en una cueva—el Lupercal—al pie del monte Palatino, donde sacerdotes llamados Luperci sacrificaban cabras y un perro (símbolos de virilidad y purificación, respectivamente). Luego, en una escena digna de una película histórica para adultos, los jóvenes se untaban con la sangre de los sacrificios, se vestían con pieles de cabra (o, en algunos casos, no se vestían en absoluto) y corrían por la ciudad golpeando a las mujeres con tiras de piel de cabra.
¿Y las mujeres? ¡Lejos de huir espantadas, hacían fila para ser azotadas! Se creía que el contacto con esas tiras sagradas (februa, de donde proviene el nombre del mes de febrero) aumentaba la fertilidad y facilitaba el parto. Claramente, los romanos tenían su propia versión de Tinder.
La Iglesia: «¡Basta de escándalos!»
Ahora imagina la reacción de la Iglesia cristiana primitiva ante semejante espectáculo. Las Lupercales eran todo lo que el cristianismo intentaba erradicar: paganas, caóticas y demasiado carnales. Era solo cuestión de tiempo hasta que alguien decidiera poner fin a esta festividad.
Y ese alguien fue el papa Gelasio I, quien, a finales del siglo V d.C., dijo: «¡Hasta aquí hemos llegado!». Condenó la fiesta como una práctica impía y la sustituyó por una celebración más «decorosa»: un día en honor a San Valentín, un obispo que (según la leyenda) casaba en secreto a parejas cristianas perseguidas por los romanos. Las Lupercales fueron oficialmente prohibidas y el 14 de febrero se convirtió en el día del amor—no del amor instintivo y pasional de los antiguos ritos, sino de una versión más espiritual, poética y sentimental.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de la Iglesia, la idea de celebrar el amor en febrero nunca desapareció del todo. Con el tiempo, poetas medievales como Geoffrey Chaucer contribuyeron a transformar San Valentín en una celebración del amor cortés y romántico, que, siglos después, se convertiría en un fenómeno comercial global.
Lupercales, San Valentín y los ecos del mundo pagano
La historia de San Valentín no es un caso aislado. Muchas de nuestras festividades—Navidad, Pascua, Halloween—tienen raíces en el mundo mediterráneo antiguo. Originalmente, eran celebraciones paganas que marcaban los ciclos de la naturaleza, la fertilidad, las cosechas y los ritmos divinos de la vida y la muerte.
Las Lupercales, en particular, nos recuerdan que el amor—ya sea expresado a través de poemas, cenas a la luz de las velas o hombres semidesnudos corriendo por las calles con pieles de cabra—ha sido siempre una preocupación central para la humanidad. La Iglesia intentó refinarlo, la sociedad intentó encuadrarlo y Hallmark convirtió la idea en un negocio multimillonario. Pero, en el fondo, la idea sigue siendo la misma: el amor, en todas sus formas, merece ser celebrado.
Así que, ya sea que estés regalando rosas y chocolates, ignorando la festividad por completo o considerando seriamente revivir la tradición del látigo de piel de cabra (por favor, no lo hagas :-), recuerda que el San Valentín de hoy no es más que una versión más civilizada de una de las fiestas más excéntricas de la historia.
¡Felix Lupercalia a todos!