Los huevos de Pascua, una tradición mucho más antigua de lo que crees

Cada primavera abrimos huevos de chocolate brillantes o teñimos huevos reales en colores vivos, sin saber muy bien por qué. Es simplemente algo que se hace — una tradición transmitida como una receta o un cuento familiar. Pero pocos saben que este gesto, tan ligado hoy a la Pascua, es en realidad mucho más antiguo que el cristianismo. Mucho antes de la resurrección de Cristo, los pueblos del Mediterráneo y del Cercano Oriente intercambiaban huevos como símbolos de vida, renacimiento y misterio cósmico.

En el antiguo Egipto, el huevo no era un alimento sino un objeto sagrado. Según ciertos mitos de la creación, el mundo nació cuando el dios sol Ra emergió de un huevo primordial que flotaba sobre las aguas del caos. Regalar un huevo significaba entregar la vida misma. Se han encontrado huevos de avestruz decorados en tumbas, ofrendas destinadas a acompañar el alma en el más allá. Incluso en la muerte, el huevo hablaba de nuevos comienzos.

En la antigua Persia, los huevos se honraban durante el Nowruz, el Año Nuevo celebrado en el equinoccio de primavera. Se pintaban y se ofrecían como símbolo de fertilidad, vitalidad y renovación. La primavera era la resurrección de la Tierra, y el huevo, su símbolo silencioso. Una tradición que aún sigue viva en Irán y Asia Central.

En Grecia, el huevo tenía un sentido cósmico. En los misterios órficos, el universo nació de un gran huevo de plata, roto por Fanes, dios de la luz y la creación. La cáscara no era solo una cáscara: era el velo entre el potencial y la existencia, entre la noche y el día. Romper un huevo era un pequeño ritual de transformación.

En Roma, aunque sin chocolate, los huevos también estaban por todas partes. Abrían las comidas (ab ovo), aparecían en ritos de fertilidad y estaban asociados con la diosa Flora, la portadora de las flores. En tumbas etruscas —aún más antiguas— se encontraron huevos de avestruz decorados, colocados junto a los difuntos, como para decir: la muerte es solo una pausa antes de que la vida vuelva a nacer.

¿Y el cristianismo? Hizo lo que solía hacer: tomó los símbolos más ricos de las antiguas tradiciones y les dio un nuevo sentido. El huevo se convirtió en la metáfora perfecta del sepulcro de Cristo: cerrado, inmóvil, silencioso — hasta que se abre en resurrección y vida eterna. Las reglas del ayuno cuaresmal, que prohibían el consumo de huevos, ayudaron: al llegar la Pascua, había muchos. Se hervían, se pintaban, se regalaban — una abundancia convertida en celebración.

Después llegaron el chocolate, los conejitos, los envoltorios de colores. Pero la esencia permanece. Cuando regalamos un huevo en Pascua, participamos en una historia contada por civilizaciones durante milenios: una historia de esperanza, de vida que sorprende a la muerte, de algo que espera para nacer.

Así que la próxima vez que tengas un huevo en la mano —real o envuelto en papel brillante— recuerda: tienes un universo, una oración, un misterio tan antiguo como la primavera.

By Brunus