Ágape y Eros, las dos caras del amor
El amor siempre ha sido el tema de discusión favorito de artistas, filósofos, escritores, columnistas, psicólogos, periodistas, etc., y como ocurre con todos los temas de los que se habla mucho – quizá incluso demasiado… – es difícil dar una definición que satisfaga a todo el mundo. No en vano, para los antiguos griegos, el amor no era un concepto único y, de hecho, utilizaban diferentes palabras para describir las distintas dimensiones del amor. Dos de los términos más importantes eran ágape (ἀγάπη) y eros (ἔρως), cada uno de los cuales representaba una cara distinta del afecto humano. Estas palabras no sólo describen distintos tipos de amor, sino que también nos ayudan a comprender cómo concebían los griegos las relaciones, el afecto y el deseo.
Eros: el amor como pasión y deseo
Eros es quizá la forma más vívida y emocional del amor, y está estrechamente ligado a la atracción física y al deseo. Es la raíz de la palabra «erótico», y los griegos personificaban este tipo de amor en el dios Eros, una figura a menudo asociada con Cupido en la mitología romana. Eros era comúnmente representado como un joven dios alado que disparaba flechas al corazón de dioses y mortales, desencadenando sentimientos de deseo intenso e incontrolable.
Para los griegos, eros no solo implicaba placer físico, sino que era un tipo de atracción que abrumaba, llevando a las personas a la locura o al éxtasis. Platón, en su famoso diálogo el Banquete, explora en profundidad la naturaleza de eros. En una sección, Sócrates discute la idea de que eros puede ser más que atracción física, sugiriendo que puede evolucionar hacia una forma más elevada de amor, guiando a las personas hacia la búsqueda de la verdad y la belleza, no solo del placer corporal. Esto es lo que más tarde los filósofos llamaron «amor platónico», donde la pasión se transforma en admiración por la belleza y la virtud, más allá del ámbito físico.
Sin embargo, en la vida cotidiana, eros se entendía principalmente como la fuerza de la atracción, a menudo vinculada al amor romántico o sexual. Se consideraba una emoción poderosa, pero a veces peligrosa, ya que podía nublar el juicio o llevar a comportamientos irracionales.
Eros: el amor como cuidado y devoción
En contraste con eros, agape es un tipo de amor más desinteresado y duradero. Refleja un afecto profundo, preocupación y cuidado por otra persona, a menudo sin esperar reciprocidad. Agape no se centra tanto en el deseo personal, sino en el dar incondicionalmente y en el compromiso. En la literatura griega precristiana, agape se utilizaba generalmente para describir el amor entre amigos, miembros de la familia, o incluso el amor de un gobernante hacia sus súbditos.
Por ejemplo, el amor de un padre por su hijo sería descrito como agape: un lazo que no se impulsa por la pasión, sino por un sentido de responsabilidad, cuidado y protección. Del mismo modo, el amor entre amigos de toda la vida podría considerarse agape, ya que se basa en la lealtad, la confianza y el apoyo mutuo.
En algunos casos, agape también se utilizaba para describir el amor hacia la patria o el profundo sentido del deber hacia una causa. Reflejaba una forma de amor más universal, que podía extenderse a la humanidad en su conjunto, más allá de las relaciones individuales.
Eros y Agape: un contraste de amores
Mientras que eros suele centrarse en la satisfacción y realización personal, agape mira hacia los demás, concentrándose en sus necesidades y bienestar. Esta distinción es particularmente importante para entender cómo los griegos concebían el amor en sus múltiples formas.
Tomemos, por ejemplo, el amor entre Aquiles y Patroclo en la Ilíada de Homero. Los estudiosos debaten si esta relación se basaba en eros o en agape. Aunque existe una cercanía innegable y quizás incluso atracción entre los dos, su vínculo se interpreta a menudo como una expresión de agape: una amistad profunda y leal. El dolor de Aquiles por la pérdida de Patroclo no se basa en la pasión, sino en el amor insustituible de un compañero, un hermano de armas.
De manera similar, en las tragedias de Sófocles, el amor familiar se representa a menudo como agape, especialmente en obras como Antígona, donde la devoción de la protagonista hacia su hermano se basa en el deber y la lealtad familiar más que en el deseo personal.
Agape en la tradición cristiana
Cabe destacar que, aunque agape tiene sus raíces en la cultura griega, el término adquirió un significado significativamente diferente con el surgimiento del cristianismo. Los primeros pensadores cristianos, especialmente en el Nuevo Testamento, adoptaron agape para describir el amor incondicional de Dios hacia la humanidad. Este concepto de amor se basaba en el sacrificio y la gracia, algo que incluso podía extenderse a los enemigos. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan, «Porque tanto amó Dios al mundo» (Juan 3:16): la palabra para amor es agape.
Esta interpretación cristiana de agape añadió una nueva dimensión profunda a la palabra, enfatizando la responsabilidad moral y ética del amor: dar sin esperar nada a cambio.
La coexistencia de Eros y Agape
En el pensamiento griego antiguo, eros y agape no estaban necesariamente en oposición, sino que reflejaban diferentes capas de la experiencia humana. Eros era apasionado, arrollador y a menudo temporal, mientras que agape era constante, confiable y duradero.
Para los griegos, una vida equilibrada podía incluir ambas formas de amor: eros para inspirar pasión y creatividad, y agape para sostener relaciones duraderas y vínculos comunitarios. El filósofo Aristóteles también introdujo otro tipo de amor, philia, que describía la amistad —un tipo de amor que equilibra la pasión de eros con la estabilidad de agape.
En resumen, en el mundo antiguo, eros y ágape ofrecían dos visiones distintas pero complementarias del amor.Eros era la chispa que encendía el deseo y la pasión, mientras que agape era la llama duradera del cuidado, la devoción y la lealtad. Estas dos caras del amor —una ardiente, la otra constante— continúan influyendo en nuestra forma de pensar sobre las relaciones hoy en día, recordándonos que el amor, en todas sus formas, es una experiencia compleja y multifacética.